Ocho minutos para fisurar la rutina. Experiencia performática en Trevelin




 Por Andrés Jorgensen.

Intervenir el espacio público puede ser una forma de imponer, pero también puede ser una forma de venir entre medio de las cosas, con formas de arte que se superponen a lo que ya existe y se introducen orgánicamente en la vida cotidiana, produciendo diálogos y preguntas.

Una intervención así sucedió ayer. A minutos de la hora impresa en el flyer, ya estaban todos: estudiantes, docentes y artistas en la Avenida Costanera de Trevelin, frente al río. El pronóstico indicaba que no llovería, pero el cielo esbozaba lo contrario. Estudiantes de Teatro y Artes Visuales con sus caras rígidas, al principio, delataban que todo estaba preparado para registrar ese acto efímero.

Eligieron la performance, esa forma de arte en la que el cuerpo es el medio de expresión. Y crearon una acción irrepetible, una experiencia en el "aquí y ahora" que hoy es "allá y ayer". Se movieron en círculos, tomados de sus dedos; se dispersaron, fueron por arriba, por el suelo, lucharon, se abrazaron. Y el viento, al principio temido, se les metió entre medio, dándole vida a sus pinturas que flameaban y llevando de un lado a otro el sonido de la música.

En un pequeño lugar de la Patagonia, aparece una acción, de repente, como una fisura en la rutina. El público no es un espectador pasivo, sino un testigo involuntario o un participante accidental, pero sin dudas un co-creador. Solo ocho minutos se necesitan para romper con la dinámica funcional del espacio público y lograr que los vecinos salgan de sus casas.  Que una señora, a pesar de su desconcierto, no dude en prender la cámara de su celular y grabar.

"Siempre es una apuesta desplazar el aula e insertarla en las tramas de lo público".

Experiencias como estas van más allá de un proyecto artístico; son una práctica pedagógica y política de aula extendida, donde los y las estudiantes no solo enfrentan un desafío creativo, sino que sintonizan su vínculo con el territorio, les enseña a trabajar con sus problemáticas y potencias. En este sentido, el aula no es un espacio físico, sino una red de relaciones que se construye entre las personas y el territorio, demostrando que la educación puede ser un acto de intervención y de construcción colectiva.

















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