Apuntes sobre cultura en tiempos anarcocapitalistas. ¿Cuánto vale la poesía?
Desde diciembre del 2023 asistimos a un agitado escenario público, luego del ascenso a la presidencia de LLA. Con una retórica instrumental basada en la economía, la pretensión de un estado mínimo, y la exaltación del individuo, surge la pregunta ¿Qué lugar ocupa el arte y la cultura para el modelo anarcocapitalista? Existe muy poca literatura libertaria en referencia a este sector. El análisis se hace día a día, y sobre lo real, pero los primeros pasos indican una amenaza a los espacios y universos culturales. Esta nota intenta reflexionar desde varias perspectivas sobre los valores de la cultura en esta nueva etapa del país.
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Giorgio Vasari, Seis poetas Toscanos, 1569. Óleo sobre tela. |
Este breve período es suficiente para que una masa
crítica de poetas, sienta la urgente necesidad de expresar ese padecer. Toda poesía es hostil al anarcocapitalismo,
es un libro compilado por Julián Axat (2024), que retrata el escenario desolador que a diario
atraviesa la población. Los poemas en esta antología reflejan un deseo de
literalidad, rabia y desconcierto ante
los tiempos actuales.
El país se ve forzado a ingresar a una política
cultural denominada privatización neoconservadora, uno de los paradigmas
propuestos por Canclini, que tiene como eje la transferencia al sector privado
de las acciones públicas de la cultura. Traducido en la embestida a centros neurálgicos de circulación y apoyo
cultural, como el desfinanciamiento del INCAA, el cierre del cine Gaumont, y
del Fondo Nacional de las Artes (FNA), por enunciar algunos.
Ante esto me pregunto ¿cómo defendemos el arte
y la cultura? Existe un amplio repertorio
de argumentos que protejan su valor en una sociedad como la nuestra. Lo
podemos visualizar en la forma en que dinamiza las economías; la generación de empleo,
el fortalecimiento al turismo, la gastronomía, las economías informales, y los recursos
que quedan instalados en los territorios. En 2022, según el SINCA, la
producción cultural Argentina, alcanzó un valor agregado bruto (VAB) de 1,276
billones de pesos corrientes, esto significa un 1,8% del VAB total de la economía,
por arriba del sector energético con un 1%, y apenas por debajo de la
intermediación financiera con un 1,9%.
Todos estos datos, aunque necesarios, nos
siguen dejando a la intemperie. Sin dudas es una legítima defensa. Lo peligroso,
por poco perceptible, es que a través de esta “nueva visión de mundo” nuestros
imaginarios para comprender a la cultura empiecen a ser coaptados, minados de
tal manera, que empecemos a clasificarla y cuantificarla bajo la misma tabla de
equivalencias de quienes la atacan para mercantilizarla.
Este aplanamiento del mundo donde todo es
evaluado, pesado y medido en la balanza del debe y el haber, nos puede empujar a
tener que dar cuenta si los proyectos con los que estamos comprometidos, y
afectados, rinden en términos de eficacia de mercado, con el riesgo de que eso
termine calando. Entonces una primera pregunta aquí sería, ¿Qué pasa con los
proyectos alejados de la lógica del lucro? ¿Cómo vuelven a entramar el
valor que se les desmenuza día a día? Y pienso en la poesía, en el campo
experimental de las artes, en la gestión cultural comunitaria, la educación
artística, y en los procesos de recuperación de memoria; sin duda quedan “afuera”
de la mesa anarcocapitalista.
Dicha agresión al sector cultural es coherente
desde estos grupos de poder. Se encuentran ideológicamente distanciados. Ya que el mismo se vive como un campo estratégico
para el encuentro, la participación, para la creación de sentidos, para la
producción de conocimientos, de organización y manifestación política; en
definitiva como espacios que dotan de repertorios para concebir otros mundo. La
cultura está en el corazón de todo ello.
Según el derecho internacional, una cultura
viva, dinámica y múltiple, debe ser promovida con un fuerte componente público
estatal, como garante al acceso a la vida cultural, y creador de condiciones de
posibilidad. Eso ya es un valor en sí mismo, que nos pertenezca, y que lo público
no sea trasferido a intereses de maximización de rentabilidad.
Intentemos el experimento de cartografíar ese
plus de valor, y defender a la cultura con otras cartas, desde ese excedente
que es más complejo de analizar. Jokilehto (2016) entiende que el valor de la cultura, o
más bien aquello que nosotros sostenemos como valioso, es siempre relativo, y
puede interpretarse como “capas de percepciones asociadas a diferentes
aspectos o atributos del recurso patrimonial”. Por esto el valor de los bienes y la cultura
en general, pueden variar a lo largo del tiempo, y el espacio, y se
propone que es más apropiado evaluar el impacto de los valores en
circunstancias específicas.
Entonces la
pregunta sobre valor de la poesía, ya no tiene que ver con la poesía, tiene que
ver con nosotros, con el valor que a ella le damos aquí y ahora (. Quirino
Vallejo, lo escribe así: “Te pregunté qué
cuánto valía un poema tuyo/ que a cuánto salía el verso/ Me respondiste que
ahora la poesía/ se cotizaba a la baja/ que tú ahora la vendes por un poco de eternidad”. Y
replica, sabías... “¿que un poema está
vacío de todo/ que su falta de peso le quita todo el valor/ pero que, para
algunos, un poema/ es la única manera de sobrevivir?”
Es allí donde el
campo de la cultura deberá trasponer todo su acervo creativo, no solo en
habitar ese contrapoder en la arena política, sino en crear nuevas ficciones de
mundo. Las artes deberán disparar imaginarios más
seductores que individuos-empresa, que varones con ludopatía on line, imaginar los
patrimonios del futuro. Pero principalmente la no dependencia de un valor asignado
desde los centros del poder. Y a ese valor sostenerlo en cada encuentro, en
cada inauguración, en cada libro nuevo. La cultura y este país, podrían reinventarse miles de veces,
podría crear sus edenes, y todas las ciudades que imaginó Calvino.
Porque si así no fuera, cuan pequeño nos quedaría
un territorio, sin canciones, sin cine propio, sin espacios para hablar después
del teatro. Sin cultura no hay reflexión, no hay acceso a una ontología sobre
nuestra identidad, no hay forma de entender el amor como lo conocemos. Sin arte
y cultura no sabríamos conversar con otras generaciones, tampoco con nosotros
mismos, como hacía Tanguito, que grababa este mensaje para cuando sea viejo “… a mí en general me gustan los viejos, los
que tienen memoria, y si vos sos de los que se olvidan, te recuerdo algunas
cosas que ahora tengo claras: Todo no se compra, todo no todo se vende; conozco
una lista interminable de cosas más importante que la seguridad, soy capaz de
soñar sueños, ... me gustan los caramelos colorados ... y estoy loco por Mariana”.
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