Apuntes sobre cultura en tiempos anarcocapitalistas. ¿Cuánto vale la poesía?

Desde diciembre del 2023 asistimos a un agitado escenario público, luego del ascenso a la presidencia de LLA. Con una retórica instrumental basada en la economía,  la pretensión de un estado mínimo, y la exaltación del individuo, surge la pregunta ¿Qué lugar ocupa el arte y la cultura para el modelo anarcocapitalista?  Existe muy poca literatura libertaria en referencia a este sector. El análisis se hace día a día, y sobre lo real, pero los primeros pasos indican una amenaza a los espacios y universos culturales. Esta nota  intenta reflexionar desde varias perspectivas sobre los valores de la cultura en esta nueva etapa del país.


Giorgio Vasari, Seis poetas Toscanos, 1569. Óleo sobre tela. 


Por. Andrés Jorgensen


                 Es mayo, y apenas cinco meses bastan para comprender qué sectores son desfavorecidos en las políticas por venir. El anarcocapitalismo se propone como la corriente extrema dentro del liberalismo, planteando un modelo de sociedad capitalista sin Estado. ¿Cómo podría leerse una democracia sin Estado, sin ser destruida en su carácter y porvenir? Si entendemos a la democracia como el gobierno del pueblo, presenciamos estos tiempos como un intento de desguace en la participación pública.

Este breve período es suficiente para que una masa crítica de poetas, sienta la urgente necesidad de expresar ese padecer. Toda poesía es hostil al anarcocapitalismo, es un libro compilado por Julián Axat (2024), que retrata el escenario desolador que a diario atraviesa la población. Los poemas en esta antología reflejan un deseo de literalidad,  rabia y desconcierto ante los tiempos actuales.

El país se ve forzado a ingresar a una política cultural denominada privatización neoconservadora, uno de los paradigmas propuestos por Canclini, que tiene como eje la transferencia al sector privado de las acciones públicas de la cultura. Traducido en la embestida  a centros neurálgicos de circulación y apoyo cultural, como el desfinanciamiento del INCAA, el cierre del cine Gaumont, y del Fondo Nacional de las Artes (FNA), por enunciar algunos.

Ante esto me pregunto ¿cómo defendemos el arte y la cultura? Existe un amplio repertorio  de argumentos que protejan su valor en una sociedad como la nuestra. Lo podemos visualizar en la forma en que  dinamiza las economías; la generación de empleo, el fortalecimiento al turismo, la gastronomía, las economías informales, y los recursos que quedan instalados en los territorios. En 2022, según el SINCA, la producción cultural Argentina, alcanzó un valor agregado bruto (VAB) de 1,276 billones de pesos corrientes, esto significa un 1,8% del VAB total de la economía, por arriba del sector energético con un 1%, y apenas por debajo de la intermediación financiera con un 1,9%.

Todos estos datos, aunque necesarios, nos siguen dejando a la intemperie. Sin dudas es una legítima defensa. Lo peligroso, por poco perceptible, es que a través de esta “nueva visión de mundo” nuestros imaginarios para comprender a la cultura empiecen a ser coaptados, minados de tal manera, que empecemos a clasificarla y cuantificarla bajo la misma tabla de equivalencias de quienes la atacan para mercantilizarla.

Este aplanamiento del mundo donde todo es evaluado, pesado y medido en la balanza del debe y el haber, nos puede empujar a tener que dar cuenta si los proyectos con los que estamos comprometidos, y afectados, rinden en términos de eficacia de mercado, con el riesgo de que eso termine calando. Entonces una primera pregunta aquí sería, ¿Qué pasa con los proyectos alejados de la lógica del lucro? ¿Cómo vuelven a entramar el valor que se les desmenuza día a día? Y pienso en la poesía, en el campo experimental de las artes, en la gestión cultural comunitaria, la educación artística, y en los procesos de recuperación de memoria; sin duda quedan “afuera” de la mesa anarcocapitalista.

Dicha agresión al sector cultural es coherente desde estos grupos de poder. Se encuentran ideológicamente distanciados. Ya que el mismo se vive como un campo estratégico para el encuentro, la participación, para la creación de sentidos, para la producción de conocimientos, de organización y manifestación política; en definitiva como espacios que dotan de repertorios para concebir otros mundo. La cultura está en el corazón de todo ello.

Según el derecho internacional, una cultura viva, dinámica y múltiple, debe ser promovida con un fuerte componente público estatal, como garante al acceso a la vida cultural, y creador de condiciones de posibilidad. Eso ya es un valor en sí mismo, que nos pertenezca, y que lo público no sea trasferido a intereses de maximización de rentabilidad.

Intentemos el experimento de cartografíar ese plus de valor, y defender a la cultura con otras cartas, desde ese excedente que es más complejo de analizar. Jokilehto (2016) entiende que el valor de la cultura, o más bien aquello que nosotros sostenemos como valioso, es siempre relativo, y puede interpretarse como “capas de percepciones asociadas a diferentes aspectos o atributos del recurso patrimonial”.  Por esto el valor de los bienes y la cultura en general, pueden variar a lo largo del tiempo, y el espacio, y se propone que es más apropiado evaluar el impacto de los valores en circunstancias específicas.

Entonces la pregunta sobre valor de la poesía, ya no tiene que ver con la poesía, tiene que ver con nosotros, con el valor que a ella le damos aquí y ahora (. Quirino Vallejo, lo escribe así: “Te pregunté qué cuánto valía un poema tuyo/ que a cuánto salía el verso/ Me respondiste que ahora la poesía/ se cotizaba a la baja/ que tú ahora la vendes por un poco de eternidad”. Y replica, sabías... “¿que un poema está vacío de todo/ que su falta de peso le quita todo el valor/ pero que, para algunos, un poema/ es la única manera de sobrevivir?”

Es allí donde el campo de la cultura deberá trasponer todo su acervo creativo, no solo en habitar ese contrapoder en la arena política, sino en crear nuevas ficciones de mundo. Las artes deberán disparar  imaginarios más seductores que individuos-empresa, que varones con ludopatía on line, imaginar los patrimonios del futuro. Pero principalmente la no dependencia de un valor asignado desde los centros del poder. Y a ese valor sostenerlo en cada encuentro, en cada inauguración, en cada libro nuevo. La cultura y este país, podrían reinventarse miles de veces, podría crear sus edenes, y todas las ciudades que imaginó Calvino.

Porque si así no fuera, cuan pequeño nos quedaría un territorio, sin canciones, sin cine propio, sin espacios para hablar después del teatro. Sin cultura no hay reflexión, no hay acceso a una ontología sobre nuestra identidad, no hay forma de entender el amor como lo conocemos. Sin arte y cultura no sabríamos conversar con otras generaciones, tampoco con nosotros mismos, como hacía Tanguito, que grababa este mensaje para cuando sea viejo “… a mí en general me gustan los viejos, los que tienen memoria, y si vos sos de los que se olvidan, te recuerdo algunas cosas que ahora tengo claras: Todo no se compra, todo no todo se vende; conozco una lista interminable de cosas más importante que la seguridad, soy capaz de soñar sueños, ... me gustan los caramelos colorados ... y estoy loco por Mariana”.

 


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